Por si queda alguna duda, uno no va al psicólogo a descargarse y tampoco a sentirse mejor a corto plazo. Por lo menos no sólo a eso.
Hablar sobre lo que duele es imprescindible y alivia, pero eso debería poder hacerlo con las personas que amo. El malestar físico y emocional está ahí para decirme que algo va mal y disimularlo o aliviarlo momentáneamente sólo alarga el problema o lo deja para más tarde.
Al psicólogo se va a descubrir el beneficio que pretendo sacar de hacer, sentir y pensar cómo lo hago. Las situaciones que disparan mis demonios sean agresivos, depresivos, victimistas, etc. me muestran el papel que llevo representando toda la vida con la intención de sanar algo que quedó pendiente y que intento solucionar con los mismos recursos que no funcionaron en su momento.
La paradoja es que quedo indefenso a merced de la vida, esperando o exigiendo que quien no puede me dé lo que necesito. Pidiendo peras al olmo como suele decirse.
Las situaciones y el dolor son siempre maestros que me muestran el camino. Al psicólogo se va a descubrir dónde me perdí y cómo puedo encontrarme. La verdad es que no es un camino de rosas y tampoco es un calvario, es un trabajo que no puede hacerse con un amigo.
Acompañar a alguien en un proceso terapéutico profundo no consiste en explicarle lo que le pasa y darle pautas para salir del agujero. Se puede hacer, a veces, cuando los síntomas aprietan tanto que no se puede respirar, pero no es un atajo duradero.
Las cosas que te cuentan sirven para poco o para poco rato. Las que te cuentas tú son aprendizajes para siempre.
Ir a terapia es como contratar a un navegante experto en los avernos. No conoce el tuyo, personal e intransferible, pero ha visto tantos que no se asusta con el oleaje ni las tormentas. Sabe que al final uno siempre aprende a navegar. Sabes?
Así que no vayas a terapia esperando respuestas, ves a encontrarte con las preguntas que te ayuden a coger el timón, o a soltarlo y surfear.
En la relación con nosotros mismos y con los demás vamos un tanto a ciegas. No sabemos dónde están las heridas. Reaccionamos a rasguños como si fueran balas, pensando que nos disparan a propósito.
Es por eso que el mundo a veces duele tanto y necesitamos anestesia.
Pero hay remedio, puedes descubrir tu mapa, puedes cuidar tus heridas y entonces, sólo entonces, verás que el otro sólo quiere protegerse cuando, sin querer, le has dado en la herida que no sabe que tiene.
Todo cambia: ya no hay víctimas, ni salvadores, ni verdugos. Llega la conciencia de que estamos aquí para aprender, de que somos uno, y de que el daño y la responsabilidad de curarnos es de todos.
Y sigues yendo a ciegas, pero ya lo sabes, y caminas con mucho amor y mucho cuidado