Gracias por confiarme tus visiones.
Sí, el horror que has sentido es el reflejo de nuestro planeta en este momento. Por doloroso que sea reconocerlo, es posible que la situación aún empeore.
Durante miles de años, la humanidad ha estado bajo la influencia de fuerzas oscuras, energías de baja vibración que nos han conducido a guerras nucleares, torturas, avaricia, genocidios y, lo más devastador, a olvidar la simplicidad y el carácter sagrado de la vida. Estas fuerzas nos alejaron de la esencia divina que habita en cada une de nosotres.
Así fue como entregamos nuestro poder a dioses externos y a aquellos que buscan controlarnos. Perdimos de vista la verdad que nuestros ancestros, los pueblos originarios, comprendían profundamente, y nos convertimos en meros engranajes de una maquinaria de destrucción masiva. La naturaleza dejó de ser nuestra aliada; la percibimos como algo ajeno, inferior, algo que podía ser explotado y manipulado. En nuestra ceguera, olvidamos que somos parte de un todo indivisible. Así, dañamos a nuestros hermanos y hermanas —humanos y animales—, contaminamos la tierra, el agua, el aire e incluso deshonramos al fuego.
Cuando oramos, a menudo lo hacemos desde la pequeñez, como si alguien o algo externo pudiera rescatarnos de lo que nosotres mismes hemos creado. Pero todo en el universo sigue un orden sagrado: todo lo que ocurre tiene su causa y su consecuencia, y todo es coherente desde el principio hasta el fin.
Sin embargo, a pesar de los intentos de la oscuridad por perpetuar su dominio —manifestada en políticas absurdas, industrias destructivas y formas innumerables de violencia y devastación—, sé que la evolución es imparable. Estamos despertando. Nuestras mentes limitadas están empezando a percibir la sabiduría codificada en nuestro ADN y nuestras almas. Las voces de nuestras abuelas y abuelos aún resuenan en la sangre que corre por nuestras venas, y comenzamos a escucharlas.
Como seres humanos, llevamos dentro de nosotres los cinco elementos de la naturaleza: agua, fuego, aire, tierra y éter/akasha/espíritu. Esta exquisita combinación nos otorga la capacidad de resolver el gran conflicto, reconciliar los opuestos y encontrar la paz en medio del caos.
Estamos viviendo una era de transformación, un tiempo en el que la memoria está despertando y, con ella, la verdad de quiénes somos. Este despertar nos invita a recordar la verdadera esencia de la vida: el respeto, la gratitud y la devoción hacia lo divino en todas sus formas.
La misión que tanto buscamos no es otra cosa, y tampoco menos, que recordar quiénes somos. Es recuperar nuestro poder creador, asumir la responsabilidad de lo que hemos hecho y comenzar de nuevo, alineando nuestros pensamientos, palabras y acciones con la paz que todos anhelamos: una felicidad duradera.
Nuestra tarea es cuidarnos, disfrutar de la vida y expandir el amor a cada instante. Es trascender el odio, el miedo y la vergüenza; bendecir nuestra naturaleza y honrarla. Estamos redescubriendo los rituales, recordando cómo comunicarnos con lo invisible, escuchando al viento, sintiendo la presencia de nuestros guías y reconociendo la eternidad que nos atraviesa y nos sostiene.
Cuando este viaje llegue a su fin, regresaremos al origen, más allá de cualquier idea de Dios. Todo lo que existe —los planetas, las estrellas, las galaxias— se disolverá para volver a comenzar.
Mientras tanto, durante esta experiencia salvaje y cruda que es la vida en la Tierra hoy, hermana, hagamos círculos. Compartamos nuestras voces, que canten los tambores alrededor del fuego sagrado, escuchemos el silencio, cultivemos la tierra y elevemos nuestra oración.
Estamos sanando, purificando, trascendiendo. Confía. Toma tu lugar y comparte aquello que sabes que no debe ser callado. Y recuerda: cuando la noche está más oscura, el sol vuelve a brillar en el horizonte.
Seamos sol.