Bien, hemos llegado hasta aquí y tal vez ya lo tienes claro: no quieres seguir empujándote hacia esa imagen perfecta de ti misma, no quieres seguir corriendo detrás de una versión ideal que nunca llega. Quieres parar. Quieres descansar. Quieres elegir desde otro lugar. Pero, por alguna razón, no puedes. Porque decir “quiero soltar la exigencia” es fácil… hacerlo no tanto.
Y no es que te falte voluntad. Es que hay una parte de ti que todavía se resiste. Como si al dejar de perseguir esa mejor versión estuvieras perdiendo algo importante. Como si al bajar una marcha, traicionaras a alguien. Como si, al rendirte, te volvieras menos valiosa. Y claro que cuesta. Porque cada vez que eliges algo, estás renunciando a otra cosa. Y esa renuncia, aunque no la veas, pesa.
¿Qué es lo que tanto cuesta dejar?
Cuando decides no exigirte más, estás soltando una idea de ti misma. Una imagen que has construido con esfuerzo, a base de adaptaciones, de aprendizajes, de heridas también. Una imagen que ha funcionado como refugio y como escudo. Y dejarla atrás —aunque duela— no es rendirse, es hacer espacio. Pero a veces ese espacio se siente como un vacío, como un miedo antiguo: ¿Y si no soy suficiente tal y como soy? ¿Y si esta versión mía que no sé aceptar es lo único que hay? Por eso cuesta. Porque no estás soltando sólo una exigencia. Estás soltando una parte de tu identidad.
Un collage para mirar tus partes
Te propongo algo sencillo, pero no superficial. Un ejercicio para poner fuera eso que a veces no sabes cómo mirar dentro. Vamos a crear un collage. Pero no uno cualquiera, sino uno que hable de ti. Un collage que contenga tu parte visible: esa que reconoces, que te gusta, que muestras con facilidad
y tu parte oculta: esa que a veces rechazas, niegas, escondes incluso de ti misma. Vamos a llamarles luz y sombra, pero no se trata de lo bueno o lo malo. La luz engloba todas aquellas características que sabes que tienes, aunque no te gusten. Mientras que la sombra nos habla de todo aquello que rechazas, que no te permites, que quizás niegues que tienes.
¿Qué necesitas?
- Revistas viejas de distintos temas
- Tijeras
- Pegamento o cinta
- Cartulina
- Regla
- Rotuladores o lápices
- Música o silencio, lo que más te acompañe
- Un espacio tuyo, sin interrupciones
Dibuja una línea en el centro de la cartulina. En una mitad representa tu luz, tu parte visible. Usa recortes, palabras, colores, todo lo que te ayude a expresar cómo es esa parte que te gusta o reconoces de ti. Cuando lo tengas, ponle un nombre. Luego, escribe en una hoja aparte los adjetivos o frases que te vienen al mirarlo.
Después, haz lo mismo con la otra mitad: tu parte oculta. Esa que no siempre quieres ver. No importa si cuesta. No importa si hay rechazo. Intenta no filtrar. Solo permítete ponerla fuera, darle forma. Ponle también un nombre. Y escribe las palabras que la describen.
Y ahora, mira.
No te apresures. Tómate un momento. Observa ambas mitades. ¿Qué ves? Y pregúntate, con suavidad:
¿Qué historia cuenta mi parte visible? ¿Qué he aprendido a mostrar? ¿A qué me aferro?¿Qué me pasa al ver lo que escondo? ¿Qué me duele o me asusta reconocer?¿Qué función han cumplido esas partes que no me gustan, de mi luz y de mi sombra? ¿De qué me han protegido?¿Qué pasaría si le diera un pequeño lugar a la sombra, sin pedirle que cambie?¿Cómo me siento ahora al mirar ambas partes juntas? ¿Hay algo que se haya movido?
Lo que no te gusta, también te sirve. Quiero contarte algo que me han compartido algunas personas en su proceso. Tal vez te sirva como espejo. Hablan de lo que han visto en sus sombras:
«La verdad es que egoísta me cuesta reconocerlo; hago todo lo posible por no serlo porque lo rechazo muchísimo. Creo que si lo muestro, van a dejar de quererme. Pero también me doy cuenta de que cuando no me permito pensar en mí, me agoto.”“Me apareció la palabra envidiosa, y me dio mucha vergüenza. Pero después entendí que esa envidia a veces me ha mostrado cosas que deseo y que no me he atrevido a nombrar.”“Vi en el collage una parte sumisa. Me cuesta mucho mirarla, siento que me hace débil. Pero también me di cuenta de que esa sumisión fue una forma de protegerme cuando no tenía fuerza para poner límites.»
Hacia una mirada más amplia
No se trata de que te guste todo de ti. Ni de romantizarlo. Se trata de poder verlo, comprenderlo, y decidir desde un lugar más libre. Porque cuanto más te conoces, más espacio tienes para elegir. Y cuanto más espacio, menos presión por ser perfecta. Quizá ahora, después de haber mirado lo que eres, lo que muestras y lo que escondes, puedas soltar un poco la exigencia.
Dejar de luchar por ser mejor es un acto de entrega. Quizá puedas descansar un rato, sin tener que demostrar nada.
Y simplemente estar.
Coge aire.
Cuenta hasta tres:
1, 2, 3…
Suelta.