Para muchas mujeres es un asunto ya de vida cotidiana, maquillarse supone una tarea tan mecánica como comer o ducharse, pero para mí era muy diferente. El maquillaje, más que mi amigo, era mi enemigo. En mi mente, el maquillaje escondía mi «belleza natural» y al mismo tiempo, la «brillantez» de mi cerebro, entonces me revelé contra él.
En pocas palabras, mi creencia decía que si me maquillaba sería bella artificialmente y menos valorada por mi intelecto. Así que nunca me maquillé de manera regular, ni en el colegio (cuando ya las adolescentes comienzan a aprender los primeros trucos), ni en la universidad (cuando ya es impensable presentarse ante los demás desarreglada) y mucho menos en la oficina (cuando el maquillaje es parte imprescindible del atuendo diario).
Como resultado, el maquillaje constituía una obligación para cuando debía «ponerme la máscara», léase una entrevista de trabajo o un evento, pero nunca me sentí cómoda, ni me gustaba, ni sabía cómo hacerlo bien.
Un día, conversando con mi coach personal, que para mi fortuna también es mi pareja, confidente y mejor amigo, descubrí este conflicto, que hasta el momento había sido inconsciente. Para resolverlo, me practicó una «integración de polaridades», ejercicio de la PNL que consiste en reconciliar dos aspectos que en nuestra vida son opuestos, pero que tienen una misión común. De este modo, la inteligencia y la belleza (como decidí llamarlos), desde entonces no son incompatibles en mi mapa mental, así que el maquillaje entró en mi vida a mis 29 años.
Una vez resuelto el conflicto, tomar acción era lo más difícil. ¿Por dónde empezar? No tenía ni idea, así que como primer paso, consulté en Internet alguien que dijera cuáles eran los productos esenciales en una cartera de cosméticos de una principiante. Así fue como comencé a tirar los pocos cosméticos que tenía, que estaban expirados o en mal estado y a comprar nuevos, siguiendo las recomendaciones de las expertas de la web. El segundo paso, fue aprender ¿Cómo? con tutoriales de Youtube como los de Michelle Phan. Así, con disciplina, casi siguiendo un tutorial diario, tras quedar como un payaso varias veces, aprendí a maquillarme.
Hoy, algo más de un año después, el maquillaje hace parte de mi rutina diaria (aunque decido libremente cuándo no maquillarme), lo hago siempre consciente de que no se trata de ser valorada de una u otra forma o de ser más o menos inteligente, sino de conectar conmigo más allá del resultado (si quedo bonita o fea). Esto sin duda me ha liberado de mis propias cadenas y me ha abierto un mundo infinito de color al que jamás había prestado atención.
La de la foto soy yo, en el taller de Elma Roura «Bella por dentro y por fuera» (2015), del que escribiré más adelante en otro post.
Un comentario
Lily guapa!