Hola,
mi nombre es Alicia Manzano y soy Terapeuta y Coach Emocional, especializada en Resolución de Conflictos y Facilitadora de Comunicación No Violenta (CNV).
Hoy quiero hacer una reflexión personal sobre lo vivido el día 28 de Abril de 2025. Ayer vivimos algo que pocas veces sucede: un apagón general en España y Portugal.
No fue solo un corte de luz momentáneo, sino una especie de sacudida colectiva que dejó a millones de personas, incluyéndome, desconectadas de todo. Yo estaba en una gran ciudad cuando ocurrió. El caos fue inmediato y palpable: semáforos apagados, transporte paralizado, negocios cerrados, teléfonos sin señal, redes sociales inservibles. El silencio tecnológico se volvió ensordecedor.
Lo curioso es que no fue el apagón lo que más me impactó, sino el pánico que vi en los ojos de la gente. Una mezcla de incertidumbre, miedo y desconcierto. No sabíamos cuánto iba a durar, si era algo local o global, si era un fallo técnico o algo peor. Nos dimos cuenta, todos a la vez, de que no sabíamos cómo vivir sin electricidad.
En ese instante, me pregunté: ¿ qué tan humanos somos si todo lo que somos depende de algo tan frágil como el suministro eléctrico?
La experiencia fue reveladora. Sin cobertura móvil, sin internet, sin poder pagar con tarjeta, sin acceso a agua caliente, sin información… Nos volvimos vulnerables en cuestión de minutos.
Y en medio del caos, lo que realmente empezó a emerger fue la esencia del ser humano: la necesidad de comunicarnos cara a cara, de ayudarnos, de buscar soluciones juntos. Vi a desconocidos compartiendo velas, a vecinos que apenas se saludaban antes ahora unirse para entender qué estaba pasando, grupos de jóvenes hablando entre ellos y no a través de un móvil, niñ@s jugando en la calle, pandillas de amig@s. Vi humanidad.
Pero también vi nuestra adicción. Porque lo que más nos desconcertaba no era no tener luz, sino no tener conexión. No poder actualizar el feed, no saber qué decía Twitter, no poder enviar un mensaje para tranquilizar a alguien.
Nuestra dependencia de las redes sociales y de internet es tan profunda que sin ellas perdemos el control. Somos una sociedad de consumo no solo de bienes, sino de estímulos constantes.
Este apagón fue como una grieta en el cristal de nuestra vida moderna. Un momento que nos obligó a mirar dentro, a cuestionarnos si la vida que llevamos es realmente sostenible, o siquiera deseable.
¿Estamos preparados para vivir sin lo digital? ¿Somos capaces de estar con nosotr@s mism@s sin una pantalla de por medio? ¿Qué parte de nuestra identidad se sostiene si se cae la red?
En ese rato sin electricidad, muchos miramos al cielo. Literalmente. Había estrellas. Hacía años que no las veía tan claramente desde la ciudad. Fue una especie de reconciliación con lo natural. Me pregunté cuánto de nuestra ansiedad y desconexión interna viene precisamente de estar constantemente conectados afuera, pero no adentro.
El apagón nos hizo volver a lo básico: al fuego, al silencio, a la conversación real, a la improvisación, al aquí y ahora.
Y me dejó claro algo: la tecnología es una herramienta, pero no puede ser el centro de nuestra existencia. Cuando lo es, nos volvemos frágiles, manipulables, incapaces de actuar sin una app que nos diga qué hacer.
No propongo volver a vivir como en la Edad Media. La electricidad, internet, los avances tecnológicos son maravillosos. Pero quizás debamos replantearnos nuestra relación con ellos. Usarlos, sí, pero no depender de ellos. Tener alternativas. Recuperar habilidades que están quedando en el olvido: hacer fuego, cultivar, leer mapas, escribir a mano, cocinar sin microondas, hablar sin emojis.
Este apagón ha sido una llamada de atención. Un paréntesis incómodo pero necesario. Y quizá, una oportunidad para preguntarnos: ¿ qué tipo de vida queremos llevar? ¿Una donde todo depende de lo que no controlamos, o una donde sepamos adaptarnos a lo inesperado?
Ayer todo se apagó.
Pero en esa oscuridad, algo se encendió dentro de mí. Un deseo de vivir más conscientemente, de depender menos, de conectar más con lo humano. Porque al final, cuando se va la luz, lo único que nos queda es lo que somos de verdad.
Un pequeño poema: Cuando se apagó la luz
Se fue la luz,
y con ella,
la ilusión de control.
Sin pantallas que me expliquen el mundo,
me vi,
desnudo de datos,
frágil, real.
La ciudad,
acostumbrada al zumbido constante,
se volvió un espejo sin ruido.
¿Qué soy sin conexión?
¿Quién soy sin señales?
¿Dónde empieza lo humano
cuando todo lo externo se cae?
Nos enseñaron a temer la oscuridad,
pero allí,
sin artificios ni atajos,
brilló una calma antigua,
una verdad sin nombre.
El silencio fue maestro,
el miedo, un mapa,
y el apagón,
una grieta por donde entró la luz más profunda.
Quizás no fue un fallo,
sino una pausa,
para recordar
que somos más
que lo que encendemos.
Gracias por leerme.
Alicia Manzano
www.aliciamanzano.com