La Maraña
Las líneas vividas y no vividas de la vida precipitan a cada persona a lanzarse al vacío de las mareas de la historia única contada, tallada en piedra monolítica, una historia inacabada en medio de la deriva de los acontecimientos que borran todo atisbo del recuerdo del sí mismo. En este imaginario dantesco somos lanzados por la borda, como globos aislados abandonados a la intemperie de un alma sin refugio. Y, no se atisba un horizonte donde la luz del ser se refleje. Un ser, por cierto, tan lejano, tan frío, tan esencialista, que se eclipsa en su propio resplandor.
La maraña es la intersección de todo aquello que nos atraviesa como seres humanos únicos. Es transversal e intergeneracional, como un nudo óntico que se materializa a su tiempo, en su tiempo y con su tiempo. Un espacio donde se conjuran los nudos que aprisionan el alma humana. Para desanudarse trazamos líneas intentando aferrarnos a las cosas esperando algún roce de un contacto que sea lo suficiente para compensar la corriente, que de otra forma nos barrerían hasta el olvido.
Desanudarse es saber desnudarse ante los ojos del niño, que irradia la inocencia que inaugura un mundo siempre naciente ¿Y no sería posible volver a inaugurar la mirada ? Poblar el ojo absorto del niño que en su incipiente instinto se aferra con toda su fuerza a su madre, un agarrarse a la vida con la fuerza de los dedos y manos de un niño, el abrazo que abarca lo justo del amor. Ese abrazo es lo que contiene el mundo, que se desplaza a otros y a su entorno y, a todo tipo de cosas que los ayudan a desplazarse y mantenerse en pie. No he visto jamás a nadie con tanta fuerza, la del abrazo de mi hijo cuando me abraza, en ese instante me doy cuenta de un asombro contundente sin estridencias, efímero e infinito a partes iguales, un renacimiento que alimenta toda sensibilidad, una poética que necesita encarnarse y expandirse siendo seres en común.
Una recién instaurada madurez en los adultos que se aferran como sus niños entre ellos también, para sentirse seguros o para expresar sentimientos de amor o ternura. ¿Y, cómo aferrarnos a las cosas que parecen ofrecer un poco de estabilidad en medio de la incertidumbre ? Trazando líneas , explorando y recorriendo las líneas vividas y no vividas impresas en nuestra piel, agarrando el impulso primario de aferrarse al otro, los unos con los otros, a esa esencia compartida, el ser en común que emerge de lo profundo humano mamífero. En eso se basa lo social, en que la gente se entrelaza entre ellas en una forma de tensión dinámica.
Y, mientras hay una fuerza que tiende a sepáralas, en realidad las une más firmemente. Nada consigue agarrarse de algo a menos que lance una línea que pueda entrelazarse con otras. Cuando todo se entrelaza resulta algo que yo llamo maraña o interconexión. Para definir esta maraña, hay que partir de la idea de que cada ser viviente es una línea, o mejor aún, un atado de líneas que se anudan y entretejen formando un compost orgánico que reescribe las historia, rememora las vivencias, recupera la memoria, crea el tiempo del relato en la persona y, recrea una visión ecológica y sensible de quienes somos o vamos siendo.
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