Hola,
mi nombre es Alicia Manzano y soy Terapeuta y Coach Emocional, especializada en resolución de conflictos y facilitadora de Comunicación No Violenta (CNV).
Hoy quiero seguir profundizando en nuestros Juicios y nuestras Interpretaciones de lo que sucede. Si quieres leer otro articulo relacionado con esto, puedes pinchar AQUÍ.
Hay días en los que me pillo juzgando antes incluso de que me dé tiempo a pensar. Como si un piloto automático dentro de mí se adelantara a cualquier mirada compasiva. A veces es tan sutil que ni lo noto… hasta que algo en mi cuerpo se tensa. La mandíbula, el cuello, el estómago. Últimamente, estoy aprendiendo a prestar atención a esas señales como una brújula silenciosa que me dice: “Aquí hay algo que puedes mirar más despacio.”
Por ejemplo, el otro día iba caminando por la calle, bastante apurada, y vi a una mujer parada en mitad de la acera, mirando su móvil. “¡Qué falta de consideración!”, pensé en un segundo. Pero justo después me di cuenta: ¿de dónde ha salido ese juicio? ¿Realmente me estaba impidiendo pasar? No, había espacio. ¿Qué me tocó ahí?
Lo que me pasó es que yo iba corriendo, sintiéndome tarde, y sin darme cuenta, puse mi incomodidad fuera, proyectándola en esa mujer. Le coloqué una etiqueta que no tenía nada que ver con ella. Me costó admitirlo, pero ahí estaba: una reacción automática, teñida de prisa, tensión y culpa por no haberme organizado mejor. Mi juicio era una forma de no mirar lo que a mí me dolía en ese momento.
Es curioso cómo funcionan los juicios. A menudo vienen disfrazados de “opiniones objetivas”, de “verdades necesarias”, o incluso de “buenos consejos”. Pero si rasco un poco más allá, lo que encuentro suele ser necesidad no atendida. Cansancio, inseguridad, miedo a no estar a la altura, deseo de control, o simplemente el anhelo de que las cosas fueran más fáciles.
Hace poco, en un encuentro con una amiga, ella me contó una decisión que había tomado en su trabajo, algo que yo no habría hecho jamás. Antes de darme cuenta, ya estaba opinando internamente: “Se ha precipitado”, “no lo ha pensado bien”, “es demasiado impulsiva”. Por suerte, esa vez logré hacer una pausa y conectar con otra cosa: preocupación por ella. Mi juicio era una forma de canalizar el miedo a que algo le saliera mal. Pero al formularlo como crítica interna, en lugar de como cuidado, lo que podía haber sido una conversación empática se transformaba en una barrera emocional.
Me pregunto cuántas veces no escuchamos de verdad porque estamos demasiado ocupad@s evaluando, comparando o “diagnosticando” al otro. O incluso a nosotr@s mism@s. Cuántas veces he dicho “esto es una tontería mía” en lugar de “esto es importante para mí”. Cuántas veces me he tachado de exagerada, blanda o débil por sentir lo que sentía. El juicio también se cuela en la forma en que nos tratamos. Y esa voz interior no siempre tiene razón, aunque hable alto.
Estoy aprendiendo a distinguir el juicio del hecho. No es fácil. No porque no entienda la teoría, sino porque me doy cuenta de que mis juicios me han protegido durante mucho tiempo. Me han hecho sentir que tenía razón, que tenía control, que estaba a salvo. Soltarlos da miedo, porque me deja más expuesta. Pero también me da una libertad nueva, una ligereza.
Ahora me pregunto: ¿ qué hay detrás de este juicio? ¿Qué necesidad no está siendo vista? ¿Qué emoción no quiero sentir? A veces basta con esas preguntas para empezar a cambiar la perspectiva. Para dejar de etiquetar y empezar a mirar. Porque, en el fondo, lo que más anhelo, en mí y en los demás, no es tener razón, sino sentirme comprendida. Y eso empieza por dejar de juzgarme tanto.
También me ayuda recordar algo importante: no se trata de dejar de juzgar “para siempre”. No se trata de “hacerlo bien”. Se trata de observar con curiosidad. De darme cuenta cuando aparece el juicio, de no pelearme con él, pero tampoco de dejar que tome el mando. Se trata de hacer sitio. De reconocer la humanidad que hay en todas, incluso en esa parte mía que a veces se pone por encima de los demás.
Hoy, cuando me asalta un juicio, respiro. Y a veces, solo a veces, me permito reírme un poco. Porque qué ser tan complejo este que soy, que puede criticar y amar en el mismo gesto, que se contradice, que aprende, que se equivoca y vuelve a intentarlo. Ahí está la belleza, creo yo.
Si algo de esto te ha resonado, y tú también estás en el camino de vivir con más presencia, autocompasión y autenticidad, me encantará acompañarte. En mis formaciones y espacios de práctica en Comunicación No Violenta, no buscamos la perfección, sino la conciencia. No buscamos eliminar el juicio, sino descubrir lo que hay debajo.
Porque detrás de cada juicio, hay un anhelo. Y cuando lo vemos, se abre la posibilidad de un encuentro real, con nosotras mismas y con el mundo.
Gracias por leerme.
Alicia Manzano
Facilitadora de Comunicación No Violenta
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