Hola,
mi nombre es Alicia Manzano y soy Terapeuta y Coach emocional, especializada en gestión de conflictos y Facilitadora de Comunicación No Violenta (CNV).
A lo largo de mi camino personal y profesional, he ido tomando conciencia de un hábito profundamente instalado en mí y en la sociedad: la tendencia a juzgar. Y no me refiero solo a esos juicios grandes, evidentes, que todos identificamos con rapidez. Hablo de los pequeños, de los sutiles, de esos que se filtran silenciosos en mi diálogo interno casi sin darme cuenta. Esos que surgen con naturalidad ante cualquier situación: cuando alguien llega tarde, cuando alguien responde de una manera que no esperaba, cuando algo no sale como yo quería.
Por mucho tiempo, confundí estos juicios con “la realidad”. Pensaba que lo que yo veía y sentía era simplemente la verdad. Por ejemplo, si una amiga cancelaba una cita a último momento, mi mente decía: “qué poco le importo”. Si alguien me respondía de forma seca por mensaje, automáticamente pensaba: “está molest@ conmigo”. Y en ambos casos, me sumía en malestar, tristeza o enfado.
Con el tiempo (y con la práctica de la Comunicación No Violenta y otras herramientas de conciencia), fui descubriendo algo que me cambió la vida: una cosa es lo que sucede, y otra cosa es lo que yo interpreto que sucede.
Puedes leer sobre como diferenciar los juicios de los pensamientos pinchando aquí.
La diferencia entre un hecho y una interpretación.-
Empecé a entrenarme en distinguir lo que realmente ocurre ( lo observable, lo objetivo) de lo que yo añado con mis pensamientos: juicios, interpretaciones, creencias, suposiciones. No es fácil. Nuestra mente está programada para hacerlo de forma automática. Pero cuando logramos parar un momento y diferenciar estas dos capas, empezamos a recuperar poder.
Pongo un ejemplo real: hace unas semanas, escribí a una persona con la que estoy organizando un proyecto común. Le propuse vernos tal día, y no respondió. Pasaron dos días y seguí sin saber nada. Lo primero que me vino fue un pensamiento automático: “está desinteresad@, no le importa el proyecto”. Y acto seguido sentí rabia, frustración, ganas de tomar distancia.
Pero esta vez, algo en mí hizo una pausa. Respiré. Y me dije: espera, ¿ qué ha pasado en realidad?
El hecho es: “le escribí y no ha respondido en dos días”.
La interpretación es: “no le importa”.
El juicio es: “es irresponsable”.
En ese momento me di cuenta de que había montado toda una película en mi mente a partir de un único dato: la falta de respuesta. No sabía si estaba enferm@, si había tenido un problema familiar, si estaba saturad@ de trabajo. Lo único que yo tenía era su silencio. Y todo lo demás lo había puesto yo.
El coste de vivir desde los juicios.-
Cuando vivo instalada en mis juicios, mi mundo se reduce. Me separo de los demás, y también de mí. Entro en patrones de defensa, de reproche, de malestar. Me cierro. Y muchas veces reacciono desde ahí: desde un lugar de tensión, no desde la comprensión. He perdido relaciones valiosas por no saber hacer esta diferencia a tiempo.
Porque cuando creo que “lo que yo pienso es la verdad”, dejo de escuchar. Y además, me duele. Porque mis interpretaciones suelen estar cargadas de miedo, de inseguridad, de exigencia. Me desconectan de las verdaderas necesidades que hay debajo.
La práctica de observar sin juzgar.-
Hoy, cada vez que algo me activa emocionalmente, intento entrenarme en esto: “¿qué ha pasado exactamente?” Me hago esa pregunta con honestidad. Y luego: “¿qué estoy pensando o creyendo sobre esto?”.
Si alguien llega tarde a una reunión, lo objetivo es: “ha llegado 20 minutos más tarde de la hora acordada”. Lo demás, “no respeta mi tiempo”, “es un desastre”, “no valora este espacio”, son mis pensamientos. A veces, acertaré. Pero otras muchas veces, no. Y lo importante es que yo pueda darme cuenta de la diferencia.
Cuando lo consigo, me abro a otras posibilidades. A veces puedo incluso preguntar desde la curiosidad, en lugar de actuar desde la crítica: “¿te ha pasado algo?” Y lo que descubro en esos momentos es que los vínculos se transforman. Dejo de vivir a la defensiva y empiezo a relacionarme desde un lugar más profundo y humano.
Volver a mí: qué necesidad hay detrás.-
Además, me ayuda mucho preguntarme: “¿Qué necesidad mía está viva aquí?”
Si alguien no responde a mi mensaje, quizá mi necesidad es de claridad, de reciprocidad, de cuidado. Si alguien me habla en un tono cortante, tal vez lo que necesito es respeto o amabilidad. Entonces puedo nombrarlo sin culpar: “Me gustaría que pudiéramos hablar con calma, valoro mucho sentirme escuchada”.
Este cambio de enfoque no es inmediato ni siempre fácil. A veces sigo cayendo en el juicio. Pero cada vez me doy cuenta antes. Y cuando lo hago, recupero la capacidad de elegir cómo responder.
Una invitación.-
Si has leído hasta aquí, te propongo un pequeño experimento para estos días:
Elige una situación que te haya molestado recientemente. Escríbela. Después, diferencia entre lo que realmente ocurrió y lo que tú pensaste o interpretaste. Y pregúntate: ¿Qué necesidad estaba viva en mí?
Te aseguro que este ejercicio, aunque sencillo, puede marcar una diferencia enorme. Porque en lugar de quedarnos atrapados en la queja o el reproche, empezamos a cultivar una mirada más consciente, compasiva y poderosa.
Y tal vez, sin darnos cuenta, comenzamos a vivir con más libertad.
Si necesitas ayuda en este camino y quieres transformar tu forma de pensar y comunicarte, puedes ponerte en contacto conmigo desde aquí.
Gracias por leerme.
Alicia Manzano
www.aliciamanzano.com