La característica fundamental del ser humano es su capacidad de crear y fomentar relaciones sociales, imprescindibles para nuestra supervivencia. El vínculo que se construye entre la madre o cuidador principal y el bebé es lo que denominamos apego primario. Si esta relación está caracterizada por ser cálida, íntima y continuada con la madre, con altos niveles de satisfacción y goce, hablamos de apego seguro.
Los primeros apegos de la vida son los más importantes, pues constituyen el marco de referencia para las relaciones futuras en nuestra adolescencia y adultez.
A través de los vínculos que hemos tenido con nuestros primeros referentes interiorizamos pensamientos auto-referenciales del tipo: “soy valioso/a”, “valgo”, “soy capaz de resolver problemas”, “me quieren aunque me equivoque”, “confío en las personas”…
Los menores que cuentan con un modelo de apego que les transmite seguridad cuentan con la mayor fuente de protección que puedan encontrarse a lo largo de su vida. Este vínculo afectivo les va a otorgar la capacidad para desarrollarse, sintiéndose bien consigo mismos y con los demás. Van a ser capaces de desarrollar vínculos con otras personas sanos y de calmar su malestar de una manera adaptativa.
Por lo tanto, a medida que van creciendo, serán capaces de abrirse al mundo y a relaciones sociales de una manera saludable.
¿DE QUÉ SE COMPONE UN APEGO SEGURO?
Siegel nos habla de cinco características fundamentales para construir este apego seguro:
- COLABORACIÓN: las relaciones sólidas se construyen en un contexto donde se permite una comunicación en colaboración. El lenguaje no verbal, tal como la reacción ante la mirada, expresión facial, tono de voz o movimientos corporales serán aspectos fundamentales. Así, se producen respuestas sintonizadas entre la madre y el bebé y voy construyendo la idea de “me siento percibido por mi madre”.
- DIÁLOGO REFLEXIVO: los cuidadores captan las señales que el bebé transmite e intentan darles sentido, proporcionándole un significado y comunicándose. De este modo se va construyendo la sensación de que mis emociones son relevantes para mis padres (no únicamente cubren mis necesidades físicas).
Es muy relevante, desde que somos niños, que mis padres me ayuden a darle sentido a mi mundo emocional.
Por ejemplo, en una situación en la que un juguete se rompe y el niño llora trasladar algo similar a: “Entiendo que estés triste porque se haya roto, ¿te parece si tratamos de arreglarlo?”, acompañado de arropo físico como un abrazo… No olvidemos que cuando vengo a este mundo no conozco la tristeza (ni siquiera lo tengo en mi vocabulario), no sé cuándo aparece, qué significado tiene, ni qué hacer con ella…Este significado se construye a través de mi relación con el mundo.
- REPARACIÓN: la armonía en un vínculo, antes o después, se acaba suspendiendo temporalmente mediante el conflicto. En estos momentos se necesita reparación, enseñando al niño que la vida está repleta de momentos de tensión, conexiones frustradas…que se pueden reconducir. Así, el niño aprende de forma implícita que habrá momentos de emociones negativas y malestar que habrá de ser tolerado y con la posibilidad de transformarse de nuevo en conexión y resolución de problemas.
- NARRACIÓN COHERENTE: la conexión entre pasado, presente y futuro es uno de los procesos centrales en la creación del yo autobiográfico y de la conciencia del yo a lo largo del tiempo. Se van construyendo narrativas con el niño sobre sucesos agradables y también sobre aquellos que nos han generado molestia para darles cabida y sentido. No sólo contamos acciones, sino también sensaciones, emociones y creencias ligadas a los diferentes sucesos.
Por ejemplo, nuestros padres nos cuentan innumerables veces nuestro primer día de cole, el día que vinimos al mundo o el día que dijimos nuestra primera palabra…El niño va interiorizando todas esas historias, nunca iguales entre sí, a su propia historia de vida y construyendo emociones en torno a ellas.
- COMUNICACIÓN EMOCIONAL: imprescindible para construir un apego seguro. Consiste en estar presente en esos buenos momentos, compartir la alegría con el niño y amplificarla. Jugar, bromear y reír juntos…Del mismo modo, ante situaciones desagradables acompañar, validar y tolerar el malestar para ayudar al niño a digerir y masticar la experiencia. Nuestra figura de referencia nos enseña a manejar el malestar, a calmarnos para que en el futuro el niño lo pueda hacer por sí mismo.
Por ejemplo: “claro que te sientes mal porque te ha pegado tu amigo…es natural que estés enfadado y dolido con él, déjame darte un abrazo. Ahora ya estás en casa y eso ha pasado. ¿Te parece buena idea que mañana le digas lo que te ha hecho daño?…”
Le acompañamos en el malestar, le ayudamos a calmarse y NO le pedimos que se olvide de lo ocurrido o que se ponga a jugar sin haber intervenido de una manera similar a la del ejemplo anterior. De este modo, la próxima vez que le ocurra algo desagradable recurrirá a nosotros. En caso contrario, terminará por no pedir ayuda ni contarlo e intentará manejar su malestar aislándose o desconectándose de ello.
Aprendemos mediante una buena comunicación emocional que podemos mostrarnos vulnerables, abiertos y confiados con nuestros padres y, por lo tanto, con los demás.
Es necesario y saludable dejar un espacio en nuestra mente para analizar cómo nos relacionamos con nuestras personas cercanas, cómo nos solemos sentir en esas relaciones y gestionamos el malestar en el día a día.
Gracias por leernos,
Psicología Fonseca y Figar