En la consulta escuchamos con mucha frecuencia frases del tipo “A mí eso no me funciona”, “Eso ya lo he intentado, pero no me sirve de nada”, “No sé cómo hacer eso, no me sale” cuando damos alguna pauta para afrontar la cuestión que la persona nos trae.
Me gusta explicar a los pacientes que nuestro cerebro tiene plasticidad pero no es plastílina. Es decir, en la consulta junto a nosotros pueden razonar y entender las cosas, pero eso no implica que sus cerebros hayan desarrollado conductas alternativas ante las situaciones que les resulta difíciles de afrontar.
La mayor parte de las personas suelen saber cuál es su problema y qué tipo de cambios han de realizar. Lo saben porque no se necesita estudiar psicología para tener un cierto sentido común. Y como es así, conocidos y seres queridos ya les han aconsejado muchas de las cosas que le diremos nosotros también.
Si llegan a nuestra consulta es porque aun sabiéndolo, no son capaces de hacer otra cosa. Repiten una y otra vez, las misma conductas que desean eliminar.
Y eso está bien. Así debe ser. No sería útil ni sensato que tu configuración interna cambie tan rápido, sólo por la charla con una persona. Los cambios se realizan despacio, porque tiene sentido que sea así. Tu cerebro funciona bien aunque te desespere no poder cambiar una conducta o pensamiento que te hace daño.
Hago mucho hincapié en esto, porque ante el sufrimiento, y sobre todo, cuando vas a terapia, que de pronto eres cuatro veces más consciente de cómo funciona tu cabeza, resulta difícil ver cómo caes una y otra vez en tus misma trampas mentales.
Una de las metáforas que suelo utilizar es la del armario. Nuestra cabeza es cómo un armario donde podemos encontrar todos nuestros recursos. A veces, podemos ver claramente cómo nuestras herramientas no son adecuadas a las situaciones actuales. Como si tuviéramos un vestuario anticuado para la temporada en la que estamos. Pero uno no puede comprar sin más toda la ropa y los complementos que necesita. Eso requiere de paciencia, tiempo y esfuerzo. No es gratis, igual que el cambio de hábitos, conductas o respuestas emocionales.
Desarrollar la compasión por los mecanismo que tu cabeza forjó para sobrevivir a los sufrimientos mentales de la vida, es tan importante como cambiar tus respuestas.
Es más, para mí es el primer escalón que hay que subir.