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El triángulo dramático de Karpman II. Dentro del sistema familiar.

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Ana Martín Gálvez
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Cuando los roles del triángulo víctima-salvador-verdugo se dan dentro del sistema familiar, las dinámicas se vuelven más complejas y pueden generar patrones disfuncionales que afectan a largo plazo a la salud emocional y relacional de los miembros. En este contexto, los roles pueden quedar cristalizados, y las personas repiten estos patrones una y otra vez, afectando el bienestar general de la familia.

 

Impacto de los roles en el sistema familiar

Víctima en la familia: suele ser el miembro que se siente indefenso o que carga con el rol de «la persona problemática» (puede ser un hijo/a, uno de los padres, o incluso un abuelo/a). Los otros miembros de la familia pueden verse obligados a atender continuamente sus necesidades emocionales o de atención, lo que refuerza su rol de dependencia y desamparo. La víctima puede manipular emocionalmente a través del sufrimiento, el chantaje emocional o el sentimiento de culpa. En ocasiones esta sensación se ve reforzada cuando alguien lleva a cabo esa tarea que la víctima siente que no sabe hacer, lo que hace que cada vez aprenda menos y confíe menos en su auto eficacia. Al final puede convertirse en una pescadilla que se muerde la cola.

Ejemplo: Un hijo/a que constantemente se queja de que no se le da bien hacer parte de los deberes puede perpetuar una dinámica en la que los progenitores están continuamente rescatando (haciendo incluso sus deberes) o intentando que no conecte con el fracaso, lo que hace que cada vez la criatura sepa menos y necesite más esa ayuda. 

 

Salvador en la familia: el salvador dentro de la familia suele asumir el rol de protector o «cuidador», interviniendo para resolver problemas y «rescatar» a la víctima. Aunque parece una figura noble, este rol promueve la dependencia de la víctima y agota emocionalmente al salvador. A largo plazo, el salvador puede sentir frustración o resentimiento, ya que nunca logra resolver completamente los problemas, pero sigue sintiéndose responsable.

Ejemplo: Un padre o madre que siempre interviene para resolver los problemas de los hijos, sin dejar que estos enfrenten las consecuencias de sus actos, perpetúa la dependencia y debilita su capacidad de autonomía.

 

Verdugo (Perseguidor) en la familia: el verdugo en la familia puede ser un progenitor autoritario o un hermano mayor que critica, castiga o controla a los demás miembros, especialmente a la víctima. Este rol genera miedo, resentimiento y distancia emocional entre los miembros de la familia. Aunque el verdugo se siente en control, también se encuentra atrapado en la dinámica y puede sufrir de estrés o aislamiento emocional.

Ejemplo: Un padre o madre que constantemente critica o castiga a los hijos por no ser lo suficientemente «buenos» o «responsables», generando un ambiente de presión, exigencia y culpa.

 

Consecuencias a largo plazo de estas dinámicas

Algunas consecuencias negativas que pueden darse en la relaciones familiares cuando se está dentro del triángulo es que los miembros de la familia quedan atrapados en estos roles, repitiendo el mismo ciclo de dependencia, control y conflicto. Esto puede crear un ambiente de tensión y falta de comunicación abierta. Como si cada persona se identificara con un rol y sintiera que, si se sale de ese rol, está traicionando al sistema (quien hace de poli bueno, siempre es poli bueno; quien hace de poli malo, siempre es poli malo, etc.). Un hijo/a, por ejemplo, puede convertirse en «la víctima» de por vida, y nunca desarrollar habilidades de independencia. Lo que aprendemos en la familia, nuestro pequeño sistema, nos sirve para salir al mundo, el gran sistema. Si nos acostumbramos a esta dinámica y a interpretar un rol concreto, es posible que esto lo llevemos también a nuestra vida adulta. Además, pueden darse situaciones de co-dependencia. El salvador y la víctima desarrollan una relación de co-dependencia, en la que ambos dependen del otro para cumplir con sus necesidades emocionales. Esto puede llevar a problemas de autoestima y dependencia emocional en otros contextos. Así mismo, los roles pueden ser transmitidos de generación en generación. Los hijos e hijas pueden aprender a replicar los mismos patrones con sus propias familias, perpetuando la dinámica disfuncional.

 

Ejemplos comunes en familias

Padre/madre salvadora y madre/padre verdugo: Es común que uno de los progenitores adopte el rol de salvador, defendiendo a los hijos de la autoridad del otro cuidador, que asume el rol de verdugo. Los hijos/as, en este caso, quedan en el rol de víctima, reforzando la idea de que necesitan ser protegidos de la figura autoritaria.

Hijo/a como víctima: El hijo o hija que constantemente se siente menospreciada o que no se responsabiliza por sus acciones puede asumir el rol de víctima. Esto puede reforzar la idea de que los padres siempre deben intervenir para «arreglar» su vida, lo que impide que desarrolle autonomía.

Padre/madre víctima e hijo/a salvadora: En algunos casos los roles se invierten y los hijos terminan siendo los salvadores de un padre/madre que se siente indefenso/a o emocionalmente dependiente. Esto coloca una gran carga emocional sobre las criaturas y puede afectar a su desarrollo personal.

 

Cómo romper estos patrones en la familia

Para desmantelar el triángulo en el contexto familiar es fundamental que cada miembro reconozca el rol que está jugando y asuma la responsabilidad de sus propias emociones y comportamientos:

  • Víctima: Aprender a asumir responsabilidad por sus decisiones y acciones, dejando de depender de otros para solucionar sus problemas.
  • Salvador: Reconocer que no es responsable de la felicidad o el bienestar de los demás, y que cada persona debe resolver sus propios problemas.
  • Verdugo: Aprender a comunicar necesidades y frustraciones de manera respetuosa, sin recurrir a la crítica, el castigo o el control.

Cuando la criaturas son pequeñas la responsabilidad principal recae en las adultas. La terapia familiar puede ser muy útil para identificar estos patrones y promover un cambio saludable en las dinámicas relacionales, fomentando una comunicación más abierta, el desarrollo de la autonomía y el respeto mutuo.

En las relaciones paterno-filiales, aunque existe una jerarquía natural debido a la responsabilidad de los padres de cuidar, guiar y proteger a sus hijos, es posible fomentar una dinámica saludable y respetuosa que incorpore muchos de los principios de una relación horizontal. La clave está en equilibrar el poder y la autoridad parental con el respeto y el reconocimiento de la autonomía del hijo/a a medida que crece.

 

1. Reconocer la jerarquía sin ser autoritario:

Si bien los progenitores tienen más poder en términos de responsabilidad, libertad y decisiones, esto no significa que deban ejercer un control absoluto o autoritario. Un estilo democrático o respetuoso de crianza permite que los hijos participen en las decisiones familiares y sientan que sus opiniones son valoradas, sin perder de vista que los cuidadores, por su experiencia, deben guiar y proteger. Es importante establecer una jerarquía saludable. Los padres establecen límites claros y ofrecen estructura, pero escuchan y respetan las necesidades y deseos de sus hijos/as. Estos comprenden que la autoridad de los padres es necesaria para su bienestar, pero también se sienten escuchados y validados. En una relación sana, la autoridad de los padres no se basa en el miedo o el control, sino en el respeto mutuo. Los padres deben ser figuras de guía y apoyo, en lugar de figuras que imponen su voluntad sin explicación. Para ello es importante explicar las razones de por qué se toman determinadas decisiones. En lugar de utilizar frases como «porque yo lo digo», los progenitores pueden explicar sus decisiones para que se comprenda el razonamiento detrás de las reglas o límites. Esto enseña a los hijos e hijas a respetar la autoridad, no por miedo, sino por entendimiento. Ojo: esto no significa que siempre haya que satisfacer todos los deseos de las criaturas, ni que haya siempre que dar mil opciones, ni que no haya que poner límites, ni que tengan que decidir todo lo relacionado con su vida. 

 

2. Fomentar la autonomía progresiva:

A medida que los hijos crecen es fundamental que los padres promuevan su autonomía emocional y capacidad de decisión. Esto implica que, en lugar de tomar todas las decisiones por ellos, los padres les permitan tener un espacio para aprender, equivocarse y desarrollar su criterio. De esta manera se busca promover la independencia ajustando la autonomía a su nivel de desarrollo. Un niño pequeño necesita límites y orientación, pero conforme va madurando, debe tener más libertad para tomar decisiones adecuadas a su edad. Por ejemplo, elegir su ropa, participar en la planificación de actividades o incluso ayudar en la toma de decisiones familiares. En una relación paterno-filial saludable, los padres brindan una estructura y límites necesarios para el desarrollo de los hijos, pero también les ofrecen libertad dentro de esos límites para que puedan explorar, aprender y crecer. Se busca una estructura con flexibilidad. Un ejemplo sería establecer una hora de llegada a casa para un adolescente, pero discutir y ajustar esa hora según las circunstancias (como eventos especiales o actividades extracurriculares), mostrando flexibilidad sin perder la estructura.

 

3. Respeto y validación de emociones:

Aunque los progenitores tienen la responsabilidad de enseñar y guiar, es fundamental que las emociones y necesidades de los hijos se validen. Esto crea una relación de respeto mutuo, donde los hijos no sienten que sus sentimientos son ignorados o minimizados. Un buen recurso es practicar la escucha activa. Los padres pueden fomentar un espacio donde sus hijos e hijas se sientan seguros para expresar sus emociones, inquietudes y deseos. Incluso si la decisión final recae en los cuidadores, escuchar activamente a las criaturas les ayuda a sentirse valoradas y respetadas.

 

4. Colaboración en la resolución de conflictos:

En lugar de imponer castigos o soluciones unilaterales, los padres pueden colaborar con sus hijos para resolver los conflictos. Esto enseña a los hijos/as habilidades para resolver problemas y las involucra en la búsqueda de soluciones. Es importante respetar esta negociación adecuada a la edad. Por ejemplo, en lugar de imponer un castigo severo, los padres pueden invitar al hijo a reflexionar sobre lo sucedido y llegar a un acuerdo sobre cómo remediar la situación. Esto fomenta la responsabilidad en el hijo sin ejercer un control excesivo.

 

5. Fomentar la confianza y el respeto:

Una dinámica horizontal en las relaciones paterno-filiales implica crear un ambiente de confianza. Los hijos confían en que sus padres estarán ahí para guiarlos y apoyarlos, mientras que los padres confían en las capacidades de sus hijos para aprender y tomar decisiones conforme crecen. Es decir, apoyar sin controlar. Los padres pueden supervisar y guiar a sus hijos sin microgestionarlos o controlar cada aspecto de su vida, especialmente a medida que los hijos entran en la adolescencia y buscan más independencia.

 

6. Aceptar la individualidad del hijo/a:

Al igual que en una relación horizontal, es importante que los padres reconozcan y respeten la individualidad de sus hijos. Esto significa aceptar que los hijos tienen personalidades, intereses y opiniones que pueden ser diferentes a las de los padres, y eso está bien. Incluso, aunque a veces los progenitores sientan que algunas decisiones o ideologías son contrarias a las suyas. Es importante entender y aceptar la diferencia y la individualidad, fomentando la autoexpresión. Los padres pueden animar a sus hijos a explorar sus intereses y expresar sus opiniones, incluso si no coinciden con las de los adultos, dentro de un marco de respeto mutuo.

 

Vamos a poner un ejemplo de una situación respetuosa alejada del Triángulo:

Imagina una familia donde una adolescente quiere salir con sus amigas más tarde de lo habitual. En lugar de imponer un horario sin discusión, los padres y la adolescente se sientan a hablar. La hija expone sus razones para querer quedarse más tiempo, argumenta sus necesidades y los padres expresan sus preocupaciones por su seguridad. Juntos, llegan a un acuerdo en el que la adolescente puede quedarse hasta una hora razonable, pero promete mantener el contacto durante la noche para que los padres se sientan tranquilos y acuerdan que será algo excepcional por ser festivo. Este tipo de negociación muestra respeto por las necesidades de la hija, mientras que los padres mantienen su responsabilidad de proteger a la vez que cuidan su propia necesidad de seguridad, estableciendo unos límites que contienen.

 

En el camino de crecer, llega un momento en el que los padres y madres están llamados a redescubrir a sus hijos e hijas. A mirar con nuevos ojos en quiénes se están convirtiendo. Ya no se trata de guiar cada paso, sino de confiar, de respetar, de amar profundamente. El vínculo permanece, aunque la forma de encontrarse y la relación cambie. Nuestros hijos e hijas no están aquí para cumplir nuestras expectativas. Y es en esa apertura del corazón, en esa mirada que abraza sin aferrarse, donde se vuelve posible acompañarles de verdad: reconociendo la belleza única de la persona que, poco a poco, va desplegándose ante ellos. 

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Ana Martín Gálvez

Soy psicóloga clínica y humanista, formada en terapia Gestalt, sistémica y corporal integrativa. Acompaño procesos de desarrollo personal y de autoconocimiento desde la adolescencia hasta la adultez, tanto a nivel individual como grupal. Mi trabajo se centra en acompañar a las personas a explorar y comprender sus emociones, mejorar sus relaciones (incluida la relación consigo […] Ver más

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